María Tenorio, junio 20, 2012
Hace unos días vi a una niña que, ayudada por su madre, se disponía a activar sus esfínteres en una acera de Santa Tecla. No es una escena demasiado frecuente la del trasero descubierto de una criatura en plena calle, pero es entendible.
Sobre todo si caemos en cuenta de que nuestras ciudades, por regla general, carecen de servicios sanitarios públicos en puestos de alto tránsito de peatones. ¿Dónde orinan y defecan las personas que trabajan en la calle, todos esos salvadoreños urbanos que viven de la rebusca, todos esos que son elevados a “símbolo” de la nacionalidad?
Me dispongo a presentar, en los próximos párrafos, los resultados de una encuesta imaginaria, no realizada. El instrumento se aplicaría a tres decenas de personas, entre las edades de 18 a 70 años, de ambos sexos, que laboran en dos zonas abiertas de la ciudad de San Salvador, a saber: los alrededores del Mercado Central capitalino y el cruce de las calles San Antonio Abad y avenida Bernal.